Felizmente ya dejamos de correr detrás de una ilusión
creada, que no merece ni una sola de nuestras lágrimas.
Nuestros pueblos van a ser más felices
comiendo todos los días, que festejando durante algunas horas triunfos vacíos
de contenido real.
Nuestra gente necesita alimentarse,
beber agua potable, educarse y ese debe ser nuestro objetivo. Dios no nos
perdonará si perdemos tiempo en luchar por esos objetivos con la escusa de que
estamos tristes, por perder un partido de fútbol. Y no nos perdonará porque nos
ha dotado de un cerebro, que si resolvemos usarlo, nos permitirá ver lo ridículo
que es estar triste por perder un juego, porque de eso se trata: de un juego,
solamente.
Ninguno de nuestros problemas reales han
cambiado después del mundial de fútbol. Están en el mismo lugar, esperando que
los resolvamos. La distracción de este mes, que ya pasó, solo sirvió para
atrasar su resolución y para gastar gran parte de nuestra energía en peleas estúpidas
entre nosotros.
Si observamos concienzudamente lo que
este mundial nos dejó, veremos que consiste en deudas basadas en objetivos
mayoritariamente innecesarios, muertos en accidentes, aumento de las emisiones
de CO2 de una manera descomunal y una efímera alegría cuando nuestro equipo
consiguió vencer a su rival, con el agravante que para lograr esa “alegría”,
cuando ganamos, fue a expensas de otras personas, que tuvieron que soportar la
tristeza de perder.
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